La ira brota por todas partes: ira en el tráfico, violencia doméstica, hostilidades en el lugar de trabajo y mucho más. Prácticamente en cualquier lugar, alguien está enfadado por algo. Pero gran parte de esa ira se dirige de forma saludable y puede ayudar a resolver los problemas. Por desgracia, gran parte de ella es destructiva.
Si te enojas por las razones equivocadas o expresas tu enojo de manera equivocada, ese enojo te envenenará mental, espiritual y físicamente. Sólo Cristo puede darte el poder que necesitas para liberarte de la ira destructiva.
He aquí cómo puedes controlar la ira para que no te controle a ti:
- Piensa y reza sobre el motivo de tu enfado. Fíjate en qué cuestiones desencadenan tu ira en diversas situaciones o conversaciones. Pídele a Dios que te ayude a descubrir qué es exactamente lo que te hace arder de ira. Considera también cómo te sientes cuando estás enfadado: ¿experimentas otras emociones al mismo tiempo, como la ansiedad?
- Determina si tu ira es justa o no. Si lo es, te motivará hacia una acción constructiva, como trabajar por la justicia, rezar por alguien necesitado o aliviar el sufrimiento. Si no lo es, te perjudicará a ti y a los que te rodean.
- Pídele al Espíritu Santo que te dé la perspectiva de Dios sobre tus circunstancias, para que puedas verlas con claridad y precisión, sin enfados innecesarios debidos a una percepción distorsionada de las realidades que te rodean.
- Recuerda quién eres en Cristo: un valioso hijo de Dios. Nada cambiará tu identidad cuando está arraigada en Él. Acepta tu valor intrínseco como hijo de Dios y obtén tu dignidad, confianza y sentido de importancia de ello. Acepta que la vida no siempre será como tú quieres, y que la gente no siempre te responderá como tú crees que debería. Date cuenta de que las circunstancias indeseables no determinan quién eres como persona.